Desde que el lobo, de la mano del Doctor Rodríguez de la Fuente, protagonizara los grandes documentales sobre la fauna ibérica. Premios internacionales colocaban al carnívoro español en posición de competir con los documentales sobre los leones africanos o los osos de Alaska. La gran labor conservacionista del Doctor Rodríguez de la Fuente ayudó sin ninguna duda a que la visión popular del lobo diera un giro de 180 grados hacia su protección.

ECOLOGÍA DEL LOBO

Durante la mayor parte del siglo XX, el lobo (Canis lupus) ha sido intensamente perseguido y relegado a área remotas e inaccesibles, hasta que la especie ha llegado a simbolizar las zonas silvestres y deshabitadas. Pero como consecuencia de la revolución ambiental que comenzó en la década de los 70, la tolerancia del público aumentó y los lobos comenzaron a recuperarse en todo el mundo occidental, colonizando hábitats que hasta el momento se habían considerado inviables para la especie Mech (1995).

Hoy sabemos que el lobo no es una especie propia de zonas salvajes, sino que los conflictos con el hombre le han relegado históricamente a áreas remotas. En esencia, el lobo es un generalista capaz de vivir en cualquier medio donde el hombre tolere los problemas que la especie propicia. La mayor restricción para la expansión del lobo son los conflictos en áreas ganaderas y en zonas cinegéticas, lo que confiere a los aspectos socioeconómicos y culturales una enorme importancia en la definición de su hábitat.


ESTUDIOS DE POBLACIÓN

El lobo ocupaba a principios del siglo XX gran parte de España, pero, como en el resto de Europa, fue perseguido hasta quedar relegado a los lugares más agrestes de nuestra geografía, y a finales de los años 60, el lobo se encontraba quizás próximo a la extinción. Hace tres décadas, José Antonio Valverde (1971) vio que ya había desaparecido de casi toda la geografía española y se encontraba arrinconado en las más recónditas sierras zamoranas y leonesas y en algunos lugares de la cordillera Cantábrica y de Galicia. En el sur, todavía era común en Sierra Morena oriental, pero estaba ya al borde de la extinción en la región oriental y

central de la Sierra Morena.

Estudios de 1987 y 1988, inanciado por el antiguo ICONA.

Para estimar el tamaño de la población de lobos, se identificó la presencia de parejas reproductoras por la aparición de cachorros en primavera y verano. En esta época, los lobeznos y lobatos son relativamente conspicuos, y con frecuencia son observados, atropellados por coches o cazados en el medio rural. Se estimó el número de lobos multiplicando los grupos familiares por 5 y por 7. La primera cifra expresaría el número de lobos en primavera -antes del nacimiento de las crías-, y la segunda, en otoño, hacia la mitad del ciclo anual

Tras analizar los datos de campo,en 1988 la población española de lobos se extendía por unos 100.000 km2 - la quinta parte del país-, y estaba formada por unos 300 grupos reproductores, lo que supone una cifra aproximada de 1.500 a 2.000 lobos. Esto le convierte a España en la nación con más lobos de Europa si exceptuamos Rusia y Rumanía, y le confiere por tanto a nuestro país una responsabilidad muy especial en cuanto a la conservación de la especie. La población del norte de España se extiende por una zona continua y mostró en la década de los 70 y los 80 una clara tendencia a la recuperación.

Dicha tendencia se dedujo de dos hechos:

en las áreas donde existían cifras disponibles, el número de lobos cazados aumentó de forma muy

considerable en las dos décadas mencionadas

el área de distribución se extendió, fundamentalmente hacia el Este y el Sur.

El hecho de que este núcleo septentrional sea una población continua y no fragmentada es muy importante de cara a su conservación.Los lobos alcanzaban densidades de hasta 5-7 lobos/100 km2 en una zona de unos 2.000 km2 de Zamora que incluye la Reserva de la Culebra, y de 3,0-4,2 lobos/100 km2 en un área situada al sur de la Cordillera Cantábrica, que incluye parte las provincias de de León, Palencia y Burgos. Muchas zonas del interior de España han experimentado un proceso de abandono rural que ha permitido la recuperación de la vegetación natural y un consiguiente aumento del número de corzos y jabalíes. En la mitad norte de España, el lobo se recuperó como consecuencia de la nueva conciencia conservacionista, en 1970, el lobo dejó de ser considerado legalmente como alimaña y se clasificó como especie cinegética; en 1983, se prohibió definitivamente el uso legal del veneno, que desde entonces ha estado casi ausente de nuestros campos hasta su vigorosa reaparición ya en la década de los 90

En la España Centra el lobo desapareció de los Montes de Toledo, hacia la década de los 70

Al sur dos poblaciones pequeñas y aisladas en Extremadura y Sierra Morena. Aquí el área de distribución ha disminuido claramente, y estas pequeñas poblaciones están al borde de la extinción. Los lobos viven en grandes fincas privadas en unas condiciones de hábitat aparentemente excelentes. No obstante, los conflictos con la explotación comercial de la caza mayor han llevado a los lobos al borde de la extinción. Es más, Al sur la densidad media en el área de distribución del lobo en España en 1988 era de 1,5-2,0 lobos por 100 km2, es decir, más o menos similar a las de otras poblaciones situadas en latitudes parecidas, y más elevada que las de ecosistemas boreales

Estudios de la década de los 90 en los bordes de la población septentrional. En esencia, el mapa de distribución se diferencia poco del dibujado hace 10 años. Los lobos han aumentado ligeramente en Asturias, Cantabria, el País Vasco y la Rioja. En la llanura castellana la población parece haberse saturado y los lobos han atravesado el Duero para establecerse -en baja densidad pero de forma estable- al sur del río.

En resumen, en la última década todo parece indicar que la recuperación de la población del norte español se ha consolidado, aunque el área de distribuición ha variado muy poco. En algunos lugares, los lobos han alcanzado zonas ganaderas donde se producen importantes conflictos sociales, como ocurre en el País Vasco, donde la expansión se ha frenado casi por completo. En otras áreas hay excelentes expectativas para una futuro incremento, como sucede en muchas zonas castellanas situadas al sur del Duero a pesar de las ideas cinegéticas de la Junta de Castilla y León de considerarlo como trofeo de caza.


LA DIETA.

En su libro pionero sobre la especie, Mech (1970) definió al lobo como el predador de grandes mamíferos del Hemisferio Norte. Aparte del hombre y el lobo, los otros animales que habitualmente cazan grandes mamíferos en el Hemisferio Norte son algunos félidos, como el puma en Norteamérica y el tigre y el leopardo en Asia. Parece que estas especies raramente alcanzan la densidad y la distribución que los lobos podrían alcanzar.

Sin embargo, el hecho de que el lobo haya evolucionado para cazar grandes mamíferos en los ecosistemas naturales no significa que no pueda adaptarse a otras condiciones. En medios humanizados, los lobos pueden vivir casi exclusivamente de carroñas y basuras, y en la Europa meridional -como en Portugal, España e Italia-, los lobos han prosperado durante siglos en medios donde los ungulados silvestres eran muy escasos o habían desaparecido.

Su dieta es muy diversa, como han demostrado los estudios realizados en España. La alimentación varía en las diferentes regiones, aunque la dependencia del ganado doméstico -en su mayor parte, consumido como carroña y de los ungulados silvestres es un rasgo común en casi todo el país (Cuesta 1991). En la mitad occidental de Galicia -una zona con alta densidad de población- el lobo se alimenta sobre todo de restos de gallineros y granjas de cerdos, y de ganado. En la Cordillera Cantábrica, el área subcantábrica y la Sierra de la

Demanda, de ungulados silvestres (corzos y, en menor medida, jabalíes y ciervos) y domésticos. En la llanura cerealista castellana, los conejos (Oryctolagus cuniculus) pueden tener gran importancia, llegando a aparecer en el 44,4% de los excrementos y estómagos analizados en primavera y verano. En Extremadura, tanto de ungulados silvestres como domésticos, y en Sierra Morena los ciervos parecen ser su alimento esencial.

La proporción de ungulados silvestres en la dieta con relación a la de domésticos depende de la disponibilidad de ambas clases de presa. Llaneza (1996) analizó la alimentación del lobo en dos áreas del occidente asturiano distantes sólo unos 20 km, que se diferenciaban en la carga de ganado extensivo: en la primera zona, los caballos semisalvajes -que alcanzaban una densidad 100 veces superior a la segunda- constituyeron el 68% de las presas, y los ungulados silvestres, sólo el 13%. En la segunda, los caballos formaron sólo el 8% de la dieta, mientras que corzos y jabalíes alcanzaron el 80%.

En general, los estudios realizados en España resaltan la importancia que los despojos de animales domésticos tienen en la dieta del lobo. Si repasamos los principales datos recogidos en nuestro país, observamos que los animales domésticos constituyen el 63,2% de la biomasa en un trabajo realizado en cinco áreas loberas españolas (Cuesta 1991), el 45% de

las presas en las llanuras cerealistas castellanas (Barrientos, 1989); el ganado aparece en el 39% de los excrementos recogidos en las comarcas del Torío y el Curueño (León) (Salvador y Abad, 1987) y representa el 30,4% de la biomasa en un estudio en la Cabrera leonesa (Vilà et al., 1990; Urios, 1996). Estos resultados están expresados de formas diferentes y no son directamente comparables, pero dejan de manifiesto que los lobos comen mucho más ganado del que matan.

Cada lobo español mataría de media poco más de tres cabezas de ganado al año, pero no menos del 30% de su alimentación está compuesta por ungulados domésticos. La cuestión es muy simple: los lobos españoles consumen la mayoría del ganado en forma de carroña. Tellería y Sáez-Royuela (1989), trabajando en una zona de Burgos donde el lobo aumentó a principios de los 80, estimaron que, además de las presas naturales, relativamente abundantes (corzos, jabalíes, liebres), existe una disponibilidad anual de alimento de 6 a 7.000 kilos de carroña de ovino por lobo y año, procedente de las ovejas que mueren por causas naturales y son abandonadas en el campo. Las grandes cantidades de alimento que los lobos pueden consumir sin entrar en conflicto con el hombre son fundamentales para comprender su supervivencia en países densamente poblados como España.

En la llanura cerealista castellana, casi el 80% del alimento estaba constituido por animales domésticos, que los lobos consumen en muladares (Blanco y Cortés, 1999). Este estudio ha dejado claro que pueden existir poblaciones de lobos relativamente densas (de 2 a 3 lobos/ 100 km2) y en expansión en medios donde los ungulados silvestres son muy escasos. Estos resultados sugieren que en muchas zonas de España y en otros países desarrollados, el alimento

no es un factor limitante de las poblaciones de lobos, como parece ocurrir en áreas naturales. Es probable que en la mayoría de las zonas españolas, el número de lobos se mantenga por debajo de la capacidad de carga del hábitat. En países densamente poblados, es posible que los lobos entren en conflicto con el hombre y su densidad se rebaje mediante la caza antes de alcanzar el límite de la capacidad de carga impuesta por el alimento.


DINÁMICA DE POBLACIONES. EL LOBO ES UN GENERALISTA

El lobo ha sido exterminado en gran parte de su área de distribución mundial por la tremenda persecución de que ha sido objeto a causa de los conflictos que mantiene con el hombre. En todos los lugares donde el lobo coincide con el ganado, se producen daños que desatan su persecución (Mech, 1970). Para comprender la capacidad del lobo de vivir en medios densamente humanizados -soportando una elevada mortalidad cauussada por el hombre- hay que tener en cuenta su dinámica poblacional.

Lla estrategia vital del lobo es en muchos aspectos muy diferente - e incluso opuesta- a la de la mayoría de las especies amenazadas, de los que el oso pardo (Ursus arctos) podría ser un exponente típico. En general, los vertebrados amenazados suelen ser especialistas ligados a un tipo de hábitat muy concreto y dependientes de uno o unos pocos tipos de alimento. El lobo, por el contrario, es un generalista, puede ocupar medios muy diferentes y aprovechar fuentes de alimento muy variadas. Por otra parte, la mayoría de los especies seriamente amenazadas son animales con escasa capacidad de reproducción, que se recuperan muy lentamente después de haber sido explotados abusivamente por el hombre. El lobo es una estratega de la reproducción, con un elevado potencial reproductivo y una estructura social muy flexible, lo que le permite prosperar siempre que haya alimento disponible y la mortalidad causada por el hombre no sea mayor que su tasa de reproducción (Fuller, 1995).

En 11 estudios realizados en Norteamérica, el tamaño medio de camada por manada varió entre 4 y 7; en general, cuanto mayor es la biomasa de ungulados por lobo, mayor es el tamaño de camada, aunque estrictamente hablando no existe una relación lineal entre ambas variables (Fuller, 1989; 1995). En España, el tamaño medio de 129 camadas conocidas (Blanco 1990) fue de 5,33 cachorros. Estos datos proceden de camadas retiradas ilegalmente en las madrigueras o de observaciones de jóvenes acompañando a su madre en los meses de verano, y por tanto representan cifras conservativas; el número real de lobeznos nacidos será por tanto mayor que la cifra señalada. Esta productividad relativamente elevada sugiere también que la población española -al menos en la década de los 80, cuando se recogieron los datos de aquel estudio- se encontraba por debajo de la capacidad de carga del hábitat impuesta por el alimento.

En los escasos lugares del mundo donde los lobos no sufren una elevada mortalidad causada por hombre -por ejemplo, en Isle Royal (Peterson, 1995), en el Parque Nacional Denali, Alaska, (Mech 1998) o en el Alto Ártico (Mech, 1997)-, las poblaciones se regulan por medio de la territorialidad, y las principales causas de mortalidad son la inanición y las luchas con lobos de otras manadas. En la población de Isle Royal (Michigan), que no sufre en absoluto mortalidad antropógena, la mortalidad anual causada por los dos factores mencionados en un periodo de 20 años varió entre el 18 y el 57% anual (Peterson y Page, 1988) y en un estudio de 9 años en el Parque de Denali (Alaska) alcanzó el 27% anual (Mech et al., 1998). Pero en la mayoría de las poblaciones del mundo, la mortalidad causada por el hombre suele constituir la principal causa de mortalidad.

En España, en el periodo de 12 meses entre 1987 y 1988, con datos de más de 300 lobos muertos por el hombre, se estimó que las cifras reales oscilarían entre 550 y 750 ejemplares muertos cada año. Un 20% de la mortalidad identificada correspondía a cachorros capturados en las madrigueras, y un 60%, a ejemplares muertos a tiros (Blanco, 1990). La mayoría de los casos conocidos en aquel estudio se referían a lobos muertos de forma ilegal.

Con una tasa de mortalidad similar, cualquier otro carnívoro de mediano o gran tamaño no habría tardado en extinguirse. Pero el lobo -siempre que exista una población continua que permita el trasiego de ejemplares de manadas adyacentes- tiene una gran capacidad de encajar altas tasas de mortalidad.

Fuller (1995) analiza los datos de nueve estudios realizados en Norteamérica y concluye que las poblaciones descienden sólo cuando la mortalidad anual es igual o superior al 35% de la población (excluyendo a los jóvenes menores de 6 meses). De acuerdo con dicho autor, con suficiente alimento, una población de lobos puede teóricamente duplicarse en un plazo de 2 a 5 años. En las poblaciones que recolonizan el norte de los Estados Unidos, se han encontrado importantes tasas de incremento. En Wisconsin, los lobos han aumentado un 21% anual entre 1986 y 1991, y en la Península Superior de Michigan, un 50% anual entre 1991 y 1994 (Fuller, 1995). Tales incrementos sólo son posibles cuando los núcleos en expansión están respaldados por una vigorosa población "fuente" o generadora de ejemplares (Fuller, 1995)

La evolución de las poblaciones aisladas puede ser muy diferente, como se ha constatado en los núcleos españoles de Extremadura y Sierra Morena, que, tras alcanzar un nivel suficientemente bajo, parecen incapaces de recuperarse, incluso con unas condiciones de hábitat y alimento óptimas.

La vitalidad de una población que continua viviendo en un hábitat de alta calidad ha quedado de manifiesto en un estudio realizado en un área de 23.000 km2 de Yukon. Allí, se redujo drásticamente una población de lobos para permitir el incremento de los ungulados, y posteriormente se estudió su recuperación. La población aumentó desde 29 ejemplares en marzo de 1989 hasta 240 en marzo de 1994, recuperando los niveles iniciales en sólo 5 años (Hayes, 1995). En España, aunque no hay datos tan detallados como los recogidos en América, se han constatado incrementos importantes en las poblaciones recolonizadoras de Burgos a principios de los 80 (Tellería y Sáez Royuela, 1989) y del País Vasco a principios de los 90 (Sáenz de Buruaga 1994). Los procesos que conducen al incremento de una población de lobos se han descrito en Fritts y Mech (1981) en Minnesota y, más detalladamente, en Hayes (1995) en Yukon. En este último estudio, la recuperación poblacional incluyó la siguiente secuencia de procesos: )

  • una rápida dispersión de lobos jóvenes hacia las zonas vacías

  • seguida de una inmediata formación de parejas

  • establecimiento territorial y cría

  • las manadas vecinas ampliaron sus territorios ocupando áreas vacantes.

El crecimiento se sostuvo gracias a la elevadísima tasa de supervivencia y a las bajas tasas de dispersión. Las manadas se rompían en otras menores que ocuparon todo el espacio disponible, y posteriormente el tamaño de manada aumentó gracias a los jóvenes que compartieron el territorio familiar en vez de dispersarse.

El estudio de la dispersión es muy importante para explicar los procesos de expansión y recolonización. En Europa no hay ningún estudio que aporte datos a este respecto. La información más detallada procede de Minnesota (Gese y Mech, 1991), donde la dispersión afecta de forma similar a lobos de ambos sexos, suele tener lugar entre los 1 y 2 años de edad y está precedida con frecuencia de exploraciones previas de duración variable. En la población estudiada por los dos autores citados se dispersaron el 8% de los adultos (mayores de dos años), el 75% de los jóvenes entre uno y dos años de edad y el 16% de los lobatos menores de un año. La dispersión se produjo sobre todo entre febrero y abril y entre octubre y noviembre. La mayoría de los adultos que se dispersaron consiguieron emparejarse y criar, los jóvenes tuvieron un éxito moderado en el emparejamiento y bajo en la cría, y los lobatos raramente llegaron a emparejarse (Gese y Mech, 1991). La mayoría de los ejemplares se establecieron a menos de 50 km del lugar de nacimiento, pero se sabe de un macho marcado en Minnesota que recorrió 880 km (Fritts, 1983). En España, en 1987, un macho joven fue muerto en Morella (Murcia), a más de 350 km del núcleo de cría más próximo (Blanco et al., 1990).



EL HÁBITAT DEL LOBO

Originalmente, el hábitat del lobo incluye todos los hábitats del Hemisferio Norte, excepto la selva tropical y los desiertos áridos. En la actualidad hay lobos en la tundra ártica, la taiga, en llanuras y estepas, en sabanas y en todo tipo de bosques (Mech, 1970). La facultad del lobo de vivir en todos estos ecosistemas muestra su gran flexibilidad y capacidad de adaptación.

Fuller (1995) resume los factores que determinan la distribución del lobo, prosperan donde hay alimento y donde el hombre no los mata más rápido de lo que ellos se reproducen.

Los factores básicos que afectan la distribución y la densidad de los lobos

  • son el alimento

  • las barreras físicas (autovías, ríos,etc..) y socioeconómicas( ganaderia extensiva, cotos de caza)

  • la mortalidad antropógena

la proximidad y abundancia de las poblaciones fuente Las poblaciones de lobo parecen poco afectadas por las motos de nieve, los coches, las camionetas, los trabajos forestales, la minería y otras actividades humanas, excepto cuando éstas facilitan la persecución de los lobos. Los lobos son adaptables; entran de noche en ciudades o pueblos, atraviesan autopistas de 4 carriles y paisajes abiertos

El lobo ocupó toda la Península ibérica hasta el siglo XVIII (Valverde, 1971), lo que demuestra que todos nuestros ecosistemas son potencialmente aptos para la especie. El principal si no el único- factor que determinó su reducción fue la persecución humana, y la característica básica de las áreas donde quedó reducido en décadas pasadas es la inaccesibilidad, que logró impedir su exterminio. Cuando el lobo se recuperó en décadas recientes, las nuevas poblaciones se instalaron junto a las originales: el único elemento común a los nuevos hábitats ocupados por el lobo es la contigüidad o la vecindad con otras poblaciones.
Es obvio que los lobos pueden vivir en casi todos los medios, pero no todos los hábitats son igualmente favorables para la especie.

Tales áreas suelen tener:

  • densa cobertura vegetal y escasa densidad de población (unos 10 habitantes /km2);

  • densas poblaciones de corzos (Capreolus capreolus) y jabalíes (Sus scrofa), con ganado doméstico que el lobo consume sobre todo en forma de carroña;

  • a caza mayor no representa un recurso económico particularmente importante y el ganado no se maneja en régimen extensivo.

En términos generales, estas zonas óptimas se encuentran en una amplia zona castellana con vegetación de robledal (Quercus pyrenaica) que se extiende al sur de la Cordillera Cantábrica, desde el sur de Orense y Zamora hasta Burgos, incluyendo también amplias zonas de León y Palencia.

Sin embargo, los lobos viven también en zonas con más de 50 habitantes/ km2 donde apenas existen presas silvestres, dependiendo en gran medida de animales domésticos y carroña. Esto ocurre en muchas zonas del oeste de Galicia, las costumbres del lobo en estas zonas gallegas parecen muy similares a las descritas por Boitani (1982) en Italia. Igualmente sorprendente es el caso de los lobos que viven en la llanura castellana, donde crían entre los cereales, a varios kilómetros de distancia del bosquete más cercano (Barrientos, 1989; Blanco y Cortés, 1999).


FACTORES NEGATIVOS EN LA EXPANSIÓN DE LAS POBLACIONES.

El mecanismo habitual por el que se expande una población de lobos es la formación de nuevas manadas junto a otras ya existentes (Fritts y Mech 1981, Hayes 1995). El establecerse en el borde del territorio paterno permite a los dispersantes usar zonas conocidas y reduce el riesgo de dispersarse a tierras lejanas. El marcado carácter filopátrico de los lobos ha quedado reflejado en varios estudios genéticos (Lehman et al. 1992, Meier et al. 1995).

Aunque no conocemos estudios que lo confirmen, parece que las hembras tienen una mayor tendencia que los machos a instalar su territorio junto a su manada natal, como ocurre con el oso pardo (Swenson et al. 1998) y el oso negro (Rogers 1987). En el oso pardo, el sex-ratio de los dispersantes está sesgado, de forma que los machos se dispersan lejos y las hembras establecen sus nuevas áreas de campeo dentro o cerca de la de su madre. Las jóvenes hembras de oso pardo son tan filopátricas que su dispersión a zonas adyacentes donde no existen otras hembras es mínima (Swenson et al. 1998). Este modelo hace que las poblaciones reproductoras de lobos y osos se expandan como una mancha de aceite, ocupando espacios contiguos a sus anteriores áreas de distribución. Por el contrario, los machos jóvenes dispersantes pueden aparecer a decenas -o centenares- de kilómetros de distancia de la población reproductora, sin que esto signifique realmente una expansión de ésta (Blanco 1990).

Como consecuencia de la expansión en forma de mancha de aceite, la población de lobos no va a seleccionar los hábitats más favorables para su supervivencia, sino que colonizará los terrenos aledaños hasta que encuentre una barrera que frene o impida su progresión. En animales tan adaptables como el lobo, las barreras raramente impiden por completo el paso de individuos, aunque pueden frenar seriamente la expansión de las poblaciones. Arbitrariamente podemos dividir las barreras en físicas y socioeconómicas. Las primeras pueden ser naturales (un río), artificiales (una autovía) o una mezcla de ambas, como un paisaje agrícola poco apto para los lobos. Las barreras socioeconómicas están formadas por áreas donde el público no tolera la presencia del lobo por los conflictos que causa al ganado o a la caza mayor; estas últimas no se perciben a simple vista y se manifiestan sólo en una elevadísima mortalidad de los lobos. Hay que decir que las barreras socioeconómicas pueden presentarse bajo la apariencia de hábitats muy naturales. Por ejemplo, las zonas de montaña -aparentemente óptimas para los lobos- pueden constituir una barrera socioeconómica a causa de la ganadería extensiva, que sufre una predación elevada por los lobos.

Por último, es obvio que en el borde oriental de su área de distribución los lobos han sido frenados por varias barreras socioeconómicas, como las áreas ganaderas del País Vasco y las montañas de Burgos y la Rioja, donde la ganadería extensiva y la caza mayor chocan con la presencia de lobos. Es obvio que la tolerancia del hombre hacia el lobo constituye uno de los factores más importantes para explicar la distribución de este último.


EL FACTOR HUMANO

Se suele afirmar que el lobo está cambiando sus hábitos y se está acostumbrando a la presencia del hombre. Pero hay otra forma de interpretar este hecho: es el hombre quien -tras más de dos décadas de sensibilización ambiental- empieza a tolerar la presencia del lobo, aun a pesar de los perjuicios que la especie pueda originar.

La actitud del hombre hacia el lobo es tan importante para su supervivencia que se considera una variable fundamental del hábitat, al mismo nivel que la disponibilidad de alimento o de refugio. Esta constatación ha llevado a los estudiosos del lobo a acuñar el término "capacidad cultural de carga del hábitat" (Fuller 1995), que, de forma vaga, define el número de lobos que la sociedad estaría dispuesta a tolerar en un momento y lugar determinados. Está claro que con una actitud desfavorable por parte del hombre, el lobo necesitará amplios y solitarios bosques donde poder hacer frente a su persecución implacable, en tanto que una actitud tolerante le permitirá ocupar hábitats con escaso refugio forestal e incluso áreas bastante degradadas.

Debemos reconocer que la actitud del hombre hacia el lobo es la característica del "hábitat" más susceptible de ser modificada, tanto para bien como para mal. Acciones de sensibilización aumentan la capacidad cultural de carga del hábitat: los programas de Félix Rodríguez de la Fuente de los años 70, las denuncias ante la Comisión de Medio Ambiente de la U.E. por incumplimiento de las Directivas de Habitas y de Aves por parte de la Administración central y autonómica y su conocimiento al gran público por los medios de información, el pago de indemnizaciones a los ganaderos - exigencia de justicia social - aumentan la tolerancia hacia la especie y constituye una herramienta que permite a las administraciones gestionar el lobo sin complejos de culpabilidad. La propaganda de sectores anticonservación: políticos autonómicos ignorantes que reflejan el clientelismo político con sectores provinciales como ganaderos (COAG) y empresarios de cotos de caza que pretenden convertir al lobo en trofeo cinegético para sus interes económicos reducen la carga del habitat.


LA CAZA COMO INDUSTRIA CINEGÉTICA EXTENSIVA

Otra frecuente causa de conflicto es la relación entre los lobos y las especies cinegéticas, que causa una enorme controversia en áreas naturales, como ha ocurrido en los últimos años en Alaska y en Yukon (Gasaway 1992; Stephenson 1995). En España, por otra parte, no existen indicios de que los lobos limiten seriamente las poblaciones de ungulados silvestres. Esto puede ser porque los lobos se mantengan por medio de la caza por debajo de la capacidad de carga del medio, o quizás porque nunca se han realizado estudios en profundidad capaces de detectar este fenómeno. Lo cierto es que, en zonas loberas, los ungulados silvestres como el jabalí, el corzo, el ciervo y el rebeco han aumentado en número y en extensión al mismo tiempo que el lobo. Asimismo, en la provincia de Burgos, entre 1981 y 1985 se comprobó que las poblaciones de lobos y corzos aumentaron exponencialmente de forma simultánea. En Valladolid, en las últimas décadas, la expansión de los lobos y los corzos ha sido también coincidente.

No obstante, los perjuicios -reales o imaginarios- que los lobos causan al negocio de la caza mayor han llevado a las pequeñas poblaciones meridionales al borde de la extinción. En la mitad sur de España, los lobos viven en grandes fincas privadas en unas condiciones de hábitat aparentemente excelentes. Estas fincas están casi deshabitadas (unos 3 habitantes por km2) y tienen una vegetación espesa y bien conservada. Los ungulados silvestres, sobre todo los ciervos (Cervus elaphus) son muy abundantes, con densidades que oscilan entre 20 y 40 /km2, y apenas existe ganado doméstico. Tales circunstancias son, en apariencia, óptimas para el lobo. Sin embargo, las monterías de caza mayor se han hecho muy populares en los últimos años entre las clases sociales altas. Las fincas privadas se han vallado, a los venados se les aporta alimentación suplementaria y son gestionados casi como ganadería extensiva. A pesar de estar estrictamente protegidos, los lobos son perseguidos con veneno, trampas y a tiros para evitar supuestos daños a las especies de caza mayor. Dado que estas fincas son privadas, muy agrestes y aisladas, la caza furtiva es muy difícil de controlar. Es una lástima que en estas áreas casi deshabitadas, muy bien conservadas, que quizá son las más salvajes de España y del sur de Europa, el lobo esté prácticamente extinguido.

En las zonas de Sierra Morena donde los lobos son intensamente perseguidos para evitar supuestos daños a la caza mayor, el control de los lobos no está justificado desde un punto de vista ecológico. En 1988 estimamos que en estas fincas existían unos 160.000 kilos de ciervo (unos 2.000 ejemplares) por lobo. Incluso si los lobos sólo se alimentaran de ciervos, toda la población de lobos consumiría mucho menos del 1% de la biomasa de ciervos cada año (Blanco et al., 1990, 1992). Para hacernos una idea del significado de estas cifras, en Norteamérica, Mech (1970) generalizó a partir de varios estudios que los lobos empezaban a limitar a los ungulados cuando había más de 1 lobo/ 11.000 kg de biomasa-presa; Gasaway et al. (1983) especularon que los lobos provocarían el declive de los alces en Alaska con más de un lobo/ 20-30 alces (véase una discusión sobre este tema en Blanco, 1995). No obstante, a los lobos se les acusa de ejercer una gran presión sobre los muflones introducidos en muchas zonas, de expulsar a los venados de las manchas donde se refugia la manada -lo que hace impredecible el resultado de las monterías- y se teme que su presencia provoque restricciones en el uso de las fincas.

Juan López Paez

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